AUTOESTIMA O CRISTOESTIMA?
Por: Salustiano Mojica
Sabemos que existe todo una parafernalia de corrientes y de escuelas psicológicas y hasta filosóficas dedicadas al tema de la autoestima. También conocemos de una alta (narcisismo saludable), de una media y hasta de una baja o equivocada autoestima. En nuestro caso para no provocar a los profesionales de la psicología, pues no queremos hacer las veces del zapatero de Apeles, optaremos por cambiar el nombre y le llamaremos EGOESTIMA, que aunque lo mismo, parece diferente.
Podríamos ver la EGOESTIMA como un animal insaciable que se alimenta del reconocimiento, de la alabanza, de la adulación, de la admiración, la pleitesía y de la búsqueda de canonjía. Este animal llega a su clímax cuando logra despertar el deseo y hasta la envidia de los demás. Y si no lo logra, entonces siente que no existe. La EGOESTIMA parece ser un concepto relativo, es decir que cambia en función de país, de la cultura, de la clase social y hasta del tipo de teología. En nuestro país se caracteriza por ser altamente dependiente de la valoración del otro (heteroestima). Se parece mucho a la función matemática f(x)=y, en donde Y, el resultado final, dependerá del reconocimiento recibido, en función de lo que se es o de lo que se tiene. Creo que la mejor definición de EGOESTIMA la ha aportado el refranero popular. Es simple: “vivir del qué dirán”. No sería desacertado bautizar este término con el nombre de “Complejo de Ezequías” (2 Reyes 20.13).
El problema de la EGOESTIMA es que siempre mira a lo ajeno para luego mirar lo suyo propio, y cuando lo propio llega a igualar o superar lo que tiene “el vecino”, entonces se complace en la exhibición. Cuando el acervo es pequeño e insignificante pueden suceder muchas cosas: no dormir mirando las pertenencias ajenas, ocultar lo propio para no ser asqueroseado (del diccionario callejero), robar la posesión del otro para mostrarla como suya (Complejo de Acab o de Odebrecht), o trabajar duro (a esto le llaman superación) para poder ostentar y lograr la atención y valoración de los demás.
Como antítesis al planteamiento anterior, es fácil deducir que si EGOESTIMA es vivir en función de lo que dice el otro de mí, CRISTOESTIMA sería, vivir en función de lo qué dice Cristo. De manera que con este tipo de estima podemos dormir en el parque y aun sin un techo sentirnos bien, podemos andar desnudos, al estilo del “Homo adanicus” y aun así sentirnos eternos. Y si no lo creemos, preguntémosle al Señor que tal le iba sin ajuares para recostar su cabeza.
Cuando tenemos CRISTOESTIMA lo único que nos mueve y nos llena es glorificar. Y es que la cristoestima siempre mira hacia arriba y cuando mira hacia abajo o hacia el prójimo, es solo para buscar la complacencia del cielo. El pasaje favorito de alguien con este ingrediente es: “Gloria de hombre no recibo”.
Por lo anterior, si es cierto que tenemos la mente de Cristo, dejemos que él sea nuestro orgullo, nuestro éxito, nuestra marca de ropa, nuestro automóvil, nuestra cuenta bancaria, nuestra grandeza, nuestro techo y aún, el lujo del mobiliario de nuestro hogar. Esto, si es verdad que “…ya no vivo yo, vive Cristo en mí”.